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Más allá del Cordero la mirada se dirige hacia la "PUERTA DE LA LUZ", que conduce al Padre de la luz. Ésta tiene un contorno hecho de la misma piedra con la que se esculpió el Cordero y su anchura es exactamente la misma que la del Cordero: Yo soy la puerta, el que entre a través mío, será salvado; entrará y saldrá, y hallará pastos (Jn 10,9).
 
El paso a través de la puerta sólo permite la entrada a una persona a la vez. Cada uno debe, de hecho, decidir de manera libre, con alegría y responsabilidad. Lo importante es poner la vida en manos del Pastor, y morir a sí mismos. Entonces a través de Él se entra a la vida nueva con el Padre.  
 
"Todo aquel que niega al Hijo, tampoco posee al Padre; quién profesa su fe en el Hijo posee también al Padre. En cuanto a vosotros, que todo lo que habéis oído desde el principio permanezca en vosotros. Si permanece en vosotros lo que habéis oído desde el principio, permaneceréis en el Hijo y en el Padre. Y esta es la promesa que él nos ha hecho: la vida eterna" (1 Jn 2, 23-25).
 
Referente a las ovejas Jesús dice: Yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy la vida eterna y nunca se perderán ni nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre, que me las dio, es más grande que todos y nadie las puede arrebatar de sus manos. El Padre y Yo somos una sola cosa (Jn 10, 26b-30).
Quién da completamente la vida a Jesús como una ofrenda de amor, confía al Salvador la propia libertad para que lo libere del poder de Satanás y todas sus obras. Satanás no puede tentarle más de lo que Dios lo permite, porque el Verdadero le defiende.
 
El Señor reina en el alma que se ofrece, la despierta, la resucita a una vida nueva. En ella vive y actúa para liberar a los demás. De esta manera Dios triunfa en y a través del alma oferta, para destruir las obras del diablo (1 Jn 3,8b). Tan pronto como el alma se abandona sinceramente el Salvador, puede sentir como llegan inmediatamente las gracias.
 
Para entrar en la casa del Padre hay que cruzar, junto con el Cordero, el TÚNEL. Es preciso morir a sí mismo. El que muere a sí mismo, como María, como los apóstoles, camina en la luz de la fe, de la esperanza y de la caridad, incluso cuando cruza el valle de la muerte (cf. Sal 23), es guiado por el Espíritu Santo y es precedido por el Pastor que le lleva al Padre.
 
Y cuando ha sacado fuera todas las ovejas, camina delante de ellas, y las ovejas le siguen, porque conocen su voz (Jn 10, 4).
 
María es una perfecta discípula del Señor, escuchó su voz y con Él entró en la gloria del Padre. La Virgen comprendió el camino porque lo ofreció todo a Dios: su Hijo, su vida y todos sus hijos. Es por esto que el Espíritu Santo pudo guiar su vida.
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En María y con María vamos también nosotros cantando un canto nuevo: "Grandes y maravillosas son tus obras, oh Señor Dios todopoderoso; ¡justos y verdaderos son tus caminos, oh Rey de las naciones! ¿Quién no temerá, oh Señor, y glorificará tu nombre? Porque sólo tú eres santo. Todas las naciones vendrán y te adorarán, porque tus justos juicios se han manifestado "(Apocalipsis 15, 3-4).