Siguiendo internamente el icono, entramos a través de la "puerta de la luz" en el corazón de María. En él se encuentra el Dios Uno y Trino, porque el Corazón Inmaculado vive sólo para Dios. "El que me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él y haremos morada en él" (Jn 14:23).
Todo el ser de María se une perfectamente a Dios y Lo sirve. He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra (Lc 1,38). En su corazón se manifiesta la plenitud del amor divino y la maternidad divina, se cumplen todas las promesas de Dios para con el hombre.
María es la casa de Dios y la puerta del Cielo. La casa del Padre reúne a los hijos en el Espíritu Santo,. María es su madre y es sierva del Señor. Y los hijos viven abandonados a Ella, pobres en el espíritu, obedientes, castos, sencillos... Le entregan su vida para que María sea en ellos un icono viviente en relación con Dios, con los demás y con la creación. María, Madre de la Iglesia, "engendra hijos para el Cuerpo místico del Hijo" (cfr. Rosarium Virginis Mariae n. 15).
En la casa del Padre se vive la vida trinitaria, allí se reza y allí se habita. Se procura, con todo nuestro ser, eliminar toda separación entre el rito y la vida, entre la oración con los labios y la oración con el Espíritu, de modo que en la casa del Padre se viva la eucaristía viviente
"María es mujer eucarística con toda su propia vida. La Iglesia, mirando a María como modelo, está llamada a imitarla también en su relación con este santísimo Misterio" (cfr. Ecclesia de Eucharistia n. 6).
A través de Jesús, en el Espíritu Santo, todo es reconciliado y tiene la posibilidad de eliminar toda separación y vivir en comunión con el Padre. Porque Cristo es nuestra paz: él ha unido a los dos pueblos en uno solo, derribando el muro de enemistad que los separaba, y aboliendo en su propia carne la Ley con sus mandamientos y prescripciones. Así creó con los dos pueblos un solo Hombre nuevo en su propia persona, restableciendo la paz, y los reconcilió con Dios en un solo Cuerpo, por medio de la cruz, destruyendo la enemistad en su persona. Y él vino a proclamar la Buena Noticia de la paz, paz a vosotros que estabais lejos, paz también para aquellos que estaban cerca. Porque por medio de Cristo, todos sin distinción tenemos acceso al Padre, en un mismo Espíritu. (Ef 2, 14-18).